Una de las mejores y más completas biografías escritas sobre San Juan es la que escribió nuestro paisano fray Julián Antonio de Alique, autor de la Novena de nuestro Santo. Nada mejor que dedicar este día previo al inicio del novenario que leer esta biografía sobre nuestro querido patrón del Barrio de Atienza.
BIOGRAFÍA DE SAN JUAN
Nació este
Santo Apóstol en Betsaida, ciudad de Galilea, que se interpreta casa de frutos
o mantenimientos. Los Griegos le llaman el Teólogo, y con razon; pues es el
mayor que ha tenido la Iglesia de Dios. Fue Apóstol, Profeta, Evangelista,
Doctor, Virgen y Mártir: fue hermano de Santiago el mayor, e hijo de Zebedeo.
Estando pescando en el mar de Galilea con su hermano, fue llamado por el
Redentor para elevarle a la alta dignidad de Apóstol y Pescador de las almas.
En el momento mismo dejó a sus padres, juntamente con Santiago, abandonaron
ambos las redes, barca y cuanto tenían, y fueron en seguimiento de Jesucristo.
Los dos se hallaron en las Bodas de Caná, en la curacion de la suegra de San
Pedro, fueron testigos de la resurreccion de la hija de Jairo, y merecieron que
el Salvador les diese el renombre de Hijos del trueno, para denotar la grandeza
de su fe y de su celo.
Betsaida, en el mar de Galilea, lugar de su nacimiento. |
San Juan fue
el más joven de todos los Apóstoles, y conservó toda su vida ilesa su preciosa
virginidad, a cuya virtud se atribuye la singular predileccion que mereció al
Redentor. Él fue uno de los tres Apóstoles que eligió Jesucristo para ser
testigos de su gloriosa Transfiguración en el monte Tabor.
Así como el
Señor amó a San Juan mas que a otro Apóstol, así tambien fue San Juan el más
amante del divino Maestro, de lo qual dio patentes pruebas, ya quando quiso
estorbar a un hombre que lanzase los demonios en el nombre de Jesucristo, y ya
cuando pidió al Redentor que hiciese bajar fuego del Cielo para abrasar a los
que no quisieron recibirle en su ciudad.
El espíritu
de desprendimiento de las dignidades, aunque sean de la Iglesia, es el que
inspira el Evangelio: y no parece que San Juan y Santiago estaban bastantemente
penetrados de él, cuando instaron a su madre que pidiese para ellos los dos más
preeminentes asientos de la Iglesia.
El Señor
refuta esta pretensión, diciendo: «No sabéis lo que pedís», añadiendo «¿podéis
beber el cáliz que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo que yo he
de ser bautizado?». «Podemos», respondieron ellos. En cuya respuesta está
patente la preparación de su ánimo para padecer por Jesucristo; y en efecto, en
su consecuencia el divino Maestro les anuncia que serán participantes de su
sacrosanta Pasión. Estos dos
hermanos preguntaron al divino Maestro, cuándo sería la ruina del Templo, y su
pregunta dio ocasión a Jesucristo para pronosticar la ruina de Jerusalén, y lo
que sucedería en su última venida.
San Juan fue
enviado con San Pedro a preparar lo necesario para la Pascua, que Jesucristo celebró
con sus Apóstoles. En esta última cena, en la que el divino Redentor nos dejó
tantas, tan grandes y tan maravillosas pruebas de su amor, dio a San Juan una
del muy singular y tierno que le profesaba, permitiéndole que se reclinase en
su pecho. Estando en esta postura, le preguntó el Santo Apóstol ¿quién le habia
de entregar? y Jesus tuvo la bondad de manifestárselo privadamente.
El
Evangelista San Juan fue también uno de los tres Discípulos que llevó
Jesucristo consigo al Huerto de Getsemaní, para hacerlos testigos de su agonía
y tristeza, de los cuales Juan fue el único que siguió al Redentor hasta la
Cruz. Estando al pie del sacrosanto madero en el Calvario recibió otra prueba
no menos singular de lo mucho que le amaba. Con efecto, poco antes de consumar
su sacrificio, viendo a su Madre y al fiel y amante Discípulo dijo, hablando
con su Madre: «Mujer, he ahí tu hijo», señalando al Discípulo; y a éste: «he
ahí tu Madre», señalando a María: sobre cuyas palabras fundan los Santos Padres
el título de hijos adoptivos de la Virgen Santísima propio de todos los fieles;
pero el especial hijo adoptivo de la Virgen María fue San Juan, y el que más
exáctamente cumplió con sus deberes, y con el encargo de su Maestro,
llevándosela en su compañía para cuidarla y consolarla. San Juan permaneció al
lado de la Cruz despues de muerto Jesucristo, y el único que testificó haber
visto correr sangre y agua del divino sacrosanto Costado.
Murallas de Jerusalén vistas desde el huerto de Getsamaní |
Aunque San
Pedro y San Juan corrieron juntos para certificarse si habian con efecto robado
del Sepulcro el cuerpo del Salvador, segun testificaba María Magdalena, Juan
llegó el primero, pero Pedro entró antes en el sagrado Sepulcro. Algunos días
después de resucitado el Redentor, hallándose este Santo Apóstol con otros
Discípulos, pescando en el mar de Galilea se les apareció el Señor, y Juan fue
el primero que dijo: «El Señor es».
Era tan
excesivo el amor entre San Pedro y San Juan, que aquel no quería apartarse de
éste. Entrando juntos a orar en el Templo de Jerusalén, sanaron milagrosamente
a un hombre que había estado siempre impedido. Juntos fueron presos por
anunciar la Resurrección de Jesucristo, juntos protestaron con la mayor
entereza y sin temor a las amenazas de los Judíos, que primero era obedecer a
Dios que a los hombres; juntos los libró un Ángel, juntos fueron a Samaria para
que recibiesen al Espíritu Santo los que habían sido bautizados por el Diácono
Felipe, juntos predicaron por diferentes pueblos de aquellas regiones la fe del
Crucificado, juntos se volvieron a Jerusalén y finalmente asistieron al
Concilio celebrado en esta ciudad, como columnas de la santa Iglesia.
Cumplió con
su ministerio recorriendo el Asia y predicando en ella el Evangelio. No hubo
ciudad ni pueblo en las dilatadas provincias del Asia menor que no iluminase
con las luces de su fe. Todas las Iglesias de ella, dice San Jerónimo, las
fundó, las rigió y gobernó como Doctor y Maestro, asignando a cada una su
respectivo Pastor.
En la
bárbara y cruel persecución de Domiciano, fue conducido a Roma, dice Tertuliano,
y metido en una tina de aceite hirviendo delante de la puerta Latina. En ella
entró deseoso de apurar el cáliz que le habia anunciado Jesucristo; pero Dios
le conservó la vida milagrosamente, y lejos de recibir lesión alguna, salió de
la tina más vigoroso y sano que había entrado en ella. En seguida fue
desterrado a la isla de Patmos para trabajar en las minas y canteras. Aquí tuvo
las maravillosas visiones y revelaciones que escribe en su Apocalipsis, que
como dice San Agustín, conciernen al estado de la Santa Iglesia desde la
primera hasta la última venida de Jesucristo.
Monasterio de San Juan en Patmos. |
Por muerte
de Domiciano fueron rescindidas y anuladas por el Senado las actas de su
gobierno, y de consiguiente libre San Juan de su destierro. Volvióse pues a
Éfeso, en cuya ciudad hizo su principal residencia como la había tambien hecho
anteriormente, después de sus dilatadas peregrinaciones. En esta ciudad fue,
donde rogado de sus Discípulos, de muchos Obispos, y de todos los Fieles de las
Iglesias que habia fundado, escribió su Evangelio, para confutar los errores de
Ebión y Cerinto, que negaban la divinidad de Jesucristo. Su pluma es la más
elevada y sublime entre todos los Evangelistas; porque empezando uno su
Evangelio por la generacion temporal de Jesucristo, otro por la profecia de
Malaquías, otro por el Sacerdocio de Zacarías, San Juan como Águila entre todos
ellos se remonta al seno mismo de la Divinidad, y su Evangelio da principio por
la eterna generacion del Verbo. Habla también de la predicación de Jesucristo;
y aunque muy breve, comprehende varias particularidades que omitieron los otros
Historiadores sagrados. En sus cartas se descubre todo el fuego de la caridad
que le abrasaba.
A los
últimos días de su vida era conducido de sus Discípulos a la Iglesia a causa de
su ancianidad y flaqueza, y no pudiendo hacer largos discursos, repetía con
frecuencia esta sentencia y precepto del Señor: «hijitos míos, amaos
mutuamente». Precepto que observado exactamente es muy bastante para
justificarnos y salvarnos.
Finalmente,
este Santo Apóstol, Evangelista, Profeta, Virgen y Mártir, murió en Éfeso de
edad de cerca de cien años. Su valimiento y protección es admirable, y esta
causa me ha movido para ordenar esta Novena. Recíbela, lector mio, como fruto
de mi devoción, y disimula sus faltas.
Tumba de San Juan en Éfeso |
Frey Julián Antonio de Alique. Año 1803.
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